miércoles, 22 de febrero de 2012

1935 - Monte Pascual II




1935 - Monte Pascual II.

                Mil pasajeros. Cientos de familias despidiéndolos. No sólo la familia Bertram. También las familias Klüver, Grimm, ... Tantos que no se conocían pero que se habían reunido en el puerto con un motivo común. Lloraban la partida de un hijo, de una nieta, de un hermano ... jóvenes, viejos, que sumaban tanta emoción al ver zarpar lentamente el Monte Pascual que podría haberse tendido un puente inanimado desde el muelle al buque, para detenerlo y que no parta.

                Otros, como Frieda, más alegría que emoción. Volvía a la Argentina. A Buenos Aires. A su tierra. Porque sólo había acompañado por tres meses a su madre, Dora, que volvía a Lübeck por segunda vez en 25 años.
                Oma, así llamábamos a Dora, había viajado a Alemania por una dolencia y para visitar nuevamente a su familia. Y ésta mañana tan linda se despedía de todos y de Hamburgo.

                Finalmente el Monte Pascual, dejando atrás el Elba y a su derecha Hellgoland, comenzó su navegación en mar abierto. Proa a suroeste, rumbo a Rio Grande do Sul, al que estimaba llegar en 24 días.
                El Atlántico estaba sereno. El Monte Pascual navegaba a buen ritmo. Cientos de gaviotas y gaviotines revoloteaban a su alrededor, cómo manchas blancas contra el fondo negro del humo de la chimenea que soplaba su energía al cielo abierto.

                Hans Christian, apoyado en la baranda, observaba los giros de las gaviotas, soñaba con su futura vida en Puerto Alegre y con  melancolía recordaba Hamburgo y la familia.
                Cada día de navegación la temperatura aumentaba. Se acercaban a la Línea del Ecuador. Se podía estar muy bien en manga de camisa. Hannes fumaba un buen cigarro cubano, muy atento a cómo la proa del Monte Pascual cortaba el agua y a ritmos constantes y suaves oscilaba sobre el Océano Atlántico.
                Alguien le tomó la muñeca, le sacó el cigarro de la mano y lo tiró por la borda al mar.
                - ... ?
                La hermosa y rubia señorita  soltó la muñeca y sonreía. Hannes,  hamburgués típico, nacido, criado y educado en un clima frío y meticulosamente hosco, no supo que decir, salvo mirarla con ojos de asombro y no saber que expresar...
                - No se enojará Ud ? Es un chiste! Es una apuesta que jugué con mis amigas! Me llamo Frieda y le pido disculpas ... pero gané la apuesta ! Yo le voy a comprar otro cigarro.
                - No hace falta. Me da gracia. Además es Ud. muy linda y seguramente su "chiste" me permitirá seguir conversando.
                - Por supuesto. Por eso la apuesta. Desde que partimos de Hamburgo vimos con mis amigas que usted siempre estaba sólo y apostamos quién se animaría a tirar su cigarro por la borda!
                - Bueno evidentemente usted les ganó. No sé que habrán apostado pero les ganó. Y si me permite, mañana es el baile del cruce del Ecuador, por lo que me gustaría mucho que usted acepte que la invite a compartirlo.

                Frieda se disfrazó de gitana y antifaz por medio cruzó el Ecuador a todo baile con Hans Christian en una fiesta que marcó el nacimiento de una nueva familia, de una nueva historia en éste nuevo mundo, que con tantas alegrías, con tantos sinsabores, con éxitos y fracasos, pero finalmente con un esfuerzo duradero que valió la pena, fueron construyendo para su hijos, nietos y bisnieta, que al fin se extienden cómo corolario feliz de aquel cigarro cubano que terminó en el Atlántico.

                El 28 de octubre de 1935 el Monte Pascual atracó en Rio Grande do Sul. Promesas de cartas mediante, Hans Christian y Frieda se separaron por primera vez. Hannes reembarcó a Porto Alegre y Frieda prosiguió a Buenos Aires.
                

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